Shihuahuaco, Dios del Bosque y Mercancía Global

Articulo original en Rainforest Journalism Fund:

Escrito por: Susana Lay
Fotos: Michael Tweddle

Un milenario árbol shihuahuaco se alza en medio del bosque de Las Piedras, en la región peruana de Madre de Dios. Imagen de Michael Tweddle. Peru, 2022.

Muchos de los árboles que dominan la selva peruana ya estaban creciendo cuando se libraban las Cruzadas medievales, antes del nacimiento de Gengis Kan y siglos antes del surgimiento del imperio inca y el descubrimiento de América. Hoy, especies antiguas como el shihuahuaco están siendo amenazadas por la mano del hombre y la incesante demanda de madera que mueve miles de dólares en el mercado global.

Cada árbol talado representa un acortamiento del tiempo que le queda a la vida en el planeta entero; cada árbol tumbado es un paso que da el cambio climático hacia el desastre global. La pérdida de bosques de la Amazonía es mayor cada año. Según un reciente informe del Ministerio del Ambiente (MINAM), el Perú obtuvo un récord histórico de deforestación con más de 200.000 hectáreas de bosque perdidas en el año 2020

Existen más de 40 especies con valor comercial maderable comprobado en Perú. Sin embargo, la mitad del valor de la madera que Perú exporta es de una sola especie: el shihuahuaco, un fundador del territorio, una especie muy vieja, realmente antigua, capaz de alcanzar los 50 metros de altura. Un dios del bosque contra el que la actividad forestal ha dispuesto sus recursos: en territorio peruano se talan 184.000 shihuahuacos al año, es decir, 504 árboles por día, 21 por hora.

Área deforestada en la selva peruana, donde crece el shihuahuaco. Imagen de Michael Tweddle. Peru, 2022.

Imagina un ente, uno de esos arbolazos andantes con los que el director Peter Jackson ilustró El Señor de los Anillos de Tolkien, pero imagínalo más frondoso y firme, poderosamente aferrado al suelo pobre de la selva, con unas raíces que se extienden como cortinas a varios metros por encima del suelo, y abrigan a aves como el águila arpía —considerada como vulnerable por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza— y quién sabe a cuántas especies de seres más, seres biológicos y seres míticos: las comunidades originarias saben con qué ancestro están hablando cuando hablan con el shihuahuaco. Las enseñanzas de esos habitantes primordiales de la floresta son inagotables. Pero ellos no. Pueden pasar más de 300 años para que el tronco de un shihuahuaco alcance 51 centímetros de diámetro, el mínimo legal para justificar el corte. Según la ingeniera forestal Tatiana Espinosa, quien trabaja desde hace más de 15 años protegiendo los bosques de la cuenca del río Las Piedras, en el departamento de Madre de Dios, esto pone en evidencia la insostenibilidad de su manejo maderable. “De nada sirve plantar shihuahuacos jóvenes en zonas que ya han sido taladas porque su crecimiento es extremadamente lento,” dice.

Las características biológicas de los shihuahuacos imposibilitan el sistema de extracción por parcelas a 20 años que se emplea en Perú legalmente (práctica copiada del manejo de bosques templados, cuyas dinámicas son completamente diferentes). “Se supone que en 20 años el bosque debe haberse recuperado, pero esto no es posible,” explica Espinosa. “El bosque se degrada cuando abres carreteras y cortas árboles con alto valor comercial, ya que pierde biomasa y hábitat para la fauna silvestre. Se convierte en un bosque degradado con los suelos compactados. Estos casos de degradación ocurren tanto en concesiones maderables como en concesiones no maderables donde, irónicamente, también se extrae madera.”

Un ejemplar de árbol shihuahuaco víctima de la tala. Imagen de Michael Tweddle. Peru, 2022.

Aunque la cantidad de dinero que produce un shihuahuaco en el mercado de la madera —miles y miles de dólares— es ínfima frente a su valor ecológico —incluso, a largo plazo, en términos de dólares de carbono— es suficiente para echar a andar un motor de ambición con alcances globales. La ciencia opina que debe detenerse su explotación, pero en este mundo manda la economía y ella ve aquí un commodity sensacional. No importa que para sacar los enormes troncos amputados del cuerpo de la selva haya que abrir caminos y degradar más bosque, porque los troncos del shihuahuaco no pueden ser trasladados por flotación. Sabemos lo que viene detrás de la máquina que abre el camino; sabemos cómo se cruza con los claros tóxicos que va dejando la minería del oro aluvial, cómo estrecha los territorios de las comunidades originarias, cómo se entrelaza con las rutas del lavado de madera ilegal y con las del narcotráfico, del tráfico de especies animales, del tráfico de personas, de la producción nacional e internacional de refugiados y desplazados.

Pero el parqué de iron wood es extraordinario. Es resistente como el acero, de color marrón rojizo y vetas pronunciadas que evidencian los anillos de su largos años de crecimiento. Viene de los bosques amazónicos del Perú y se vende como pan caliente. Se han abierto caminos en la selva lo suficientemente anchos para que pueda pasar un tráiler con tres troncos de shihuahuaco rumbo al puerto del Callao, para iniciar su periplo marítimo hacia América del Norte, Europa y, principalmente, China.

Según una investigación realizada por la Agencia de Investigación Ambiental, una organización que investiga y hace campaña contra los delitos y abusos medioambientales, el Perú continúa exportando tala ilegal desde todos los puertos, de casi todos los exportadores y hacia todos los destinos. Luego de la incautación de madera del caso Yacu Kallpa —barco de carga que transportaba madera desde el norte de la Amazonía peruana de origen ilegal— Estados Unidos empezó a poner mayor cuidado a la madera ilegal exportada del Perú. Aún así, la industria maderera peruana y sus aliados en el Gobierno siguen oponiéndose a los avances debilitando regulaciones y favoreciendo a la ilegalidad.

Tatiana Espinosa (derecha) fotografía un shihuahuaco en la cuenca del río Río Piedra. Esta ingeniera forestal peruana promueve la conservación e investigación de la selva amazónica. Imagen de Michael Tweddle. Peru, 2022.

 

El shihuahuaco forma parte del hábitat de especies como el mono araña, considerado en peligro de extinción por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Imagen de Michael Tweddle. Peru, 2022.


Los shihuahuacos son trasladados hasta los aserraderos ubicados en la vía Interoceánica, una carretera que conecta el Pacífico con el Atlántico y que da acceso a los mercados internacionales. Imagen de Michael Tweddle. Peru, 2022.


Los guacamayos aliverdes busca refugio y anidan en las oquedades de los shihuhuacos, por lo que la deforestación tiene un impacto inmediato sobre esta especie de ave. Imagen de Michael Tweddle. Peru, 2022.

A pesar de que la comunidad científica y el activismo ecologista insisten que, si la explotación del shihuahuaco continúa, este árbol podría desaparecer para el 2025, hasta el día de hoy el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre no ha incluido al shihuahuaco en la lista de especies amenazadas. Existe una fuerte presión del comité de madera de la Sociedad Nacional de Industrias para que el shihuahuaco —que genera millones de dólares al año— no sea incluido, ya que se pondría en riesgo la actividad maderera.

Cada shihuahuaco extirpado de la selva equivale a una biblioteca que se quema: sus troncos guardan la historia de un milenio. La clase media trendy de Shanghai, del Soho neoyorquino o de la Colonia Americana de Guadalajara camina descalza sobre esa cálida madera, tan fácil de limpiar como la fría loza, sin saber que lo que sienten las plantas de sus pies es la memoria del Amazonas, y su carbono y sus nutrientes.  El río ha perdido ese patrimonio sobre el que reposa el futón de ver la tele. Dentro de mil años, cuando los arqueólogos del futuro busquen las causas de la catástrofe que destruyó a la Tierra, tendrán que buscar entre los escombros de Seattle y Monterrey las huellas más antiguas de los bosques tropicales sudamericanos. Pero, ¿cómo lo sabrán?

El río Las Piedras, en Perú, donde se encuentran los bosques de shihuahuaco. Imagen de Michael Tweddle. Peru, 2022.

Desde la óptica de las capitales, de las ciudades donde se comercializa la madera extraída de la selva, Madre de Dios es un territorio distante, misterioso, inaccesible. Aunque llevamos décadas atestiguando los procesos de devastación acarreados en ese y otros territorios selváticos, sobre todo por la minería informal e ilegal; por la industria agropecuaria de monocultivos —soja, palma aceitera— y pesticidas, tanto como por la agricultura familiar de tumba y quema que se ve obligada por la pobreza a seguir haciendo ‘caminar la chacra’; en resumen, por el desarrollo desigual. Con todo ese conocimiento, sumado a las conclusiones de rigurosos estudios científicos que insisten en la insostenibilidad de la explotación maderera en el Amazonas, seguimos siendo incapaces de detener la devastación cuyo impulso vital no es otro que el dinero. Entre más rápido y fácil, mejor. No importa si los medios implican clarear milenios de crecimiento vegetal y acabar con el hábitat de millones de seres, entre los que se encuentran también comunidades humanas.

Tiene que ponerse un alto.

 

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